Discurrir


Discurrir

Las personas estamos hechas de pequeñas motivaciones, nuestra existencia depende de estas, de aquellas cosas que nos emocionan, que nos hacen sentir agradecidos o que encienden nuestras ambiciones.  El espectro de estas emociones “motrices”, que nos impelen al movimiento,  es sumamente amplio y sus diferencias pueden  variar desde las más sutiles a las más obvias.

La meta  a alcanzar, el deseo detrás del anhelo de dicha meta, es la magia que mueve a los hombres, ya sea por caminos de destrucción o edificación; en este sentido, ambas, vistas a profundidad son parientes y forman parte de la misma familia.  Mientras haya movimiento, dirigido o emprendido por la volición de nuestras emociones o deseos, abra cabida para el sufrimiento.

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El Budismo propone detener este movimiento incesante, y es por esto que  para muchos puede ser confuso el concepto Budista, ¿Cómo podemos detener aquello que nos mantiene con vida?, ¿Por qué no simplemente redirigir este movimiento en algo positivo?, seguir moviéndonos pero en dirección a ambiciones positivas. Y entonces vienen todas las opiniones y perspectivas; porque lo que es bueno para uno no necesariamente es bueno para otro, lo que está justificado para alguien no necesariamente estará justificado para otro. Opiniones y más opiniones y perspectivas; en otras palabras, más movimiento, más sufrimiento.

Detente por un momento, detén tus opiniones, detén tus deseos, detén tus ambiciones, detén tus pensamientos y emociones, detén todo movimiento y siéntate en un espacio en blanco, observa sin juzgar, sin analizar, y simplemente observa, en la oscuridad de la calma, de la inactividad, en la carencia de movimiento. Esto conforma uno de los pilares más importantes del Budismo, la contemplación a través de la práctica de la meditación,  el detener el constante movimiento para finalmente empezar a entender que tan necios hemos sido durante toda nuestras vidas.

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En este sentido, detener todo movimiento no es morir, sino transformación y refugio. Al entender nuestra propia naturaleza empezamos a entender la naturaleza de aquellos que presentan nuestra condición, con el entendimiento viene la empatía y con la empatía la compasión. El cómo actuamos y nuestras intenciones, es otro pilar del Budismo, este más popular que el anterior (porque es convencionalmente más fácil de entender que el primero), porque es políticamente correcto y no está directamente en contradicción con el movimiento incesante. Este es el comportamiento moral, o sila.

Como el Budismo entiende al ser humano, y como sabe que tan necio somos, debe tener componentes prácticos, fáciles de entender y de aplicar. El ser humano esta tan lleno de acciones volitivas que nuestra primera prioridad (valga la redundancia) no es alcanzar la iluminación o detenerlas todas (las acciones volitivas), sino que, como tarea primaria simplemente detenemos aquellas voliciones que son particularmente negativas. Detén aquellas cosas que están claramente y fácilmente identificables como negativas, luego cuando te detengas, realiza aquellas cosas que están claramente y fácilmente identificables como positivas, y cuando las realices; sigue mirando dentro de ti hasta que entiendas la realidad fundamental del bien y el mal, que durante todo este tiempo este fundamento ha sido el mismo para lo positivo y lo negativo, y que lo único realmente puro es la carencia de fundamento y movimiento interior, y que una vez el movimiento interior se detenga, es finalmente cuando nuestras acciones se tornan completamente puras, y aunque parezca contradictorio, es cuando realmente empezamos a hacer el bien, liberados, sin apegos y genuinos.