Los seres humanos pueden experimentar dos tipos de felicidad: aquella que es dependiente de un estímulo externo y aquella que no lo es.
El primer tipo de felicidad es experimentada a su nivel más básico en placer sensual: a través de la vista, la audición, el olfato, el gusto y el tacto de cosas agradables. También incluye las emociones positivas que experimentamos a través de relaciones personales, logros mundanos y status social.
El segundo tipo de felicidad es conocida a través del desarrollo espiritual. En primera instancia es disfrutada mediante el cultivo de la generosidad y la disciplina moral, pero alcanza sus niveles más profundos por medio de la meditación. Meditadores experimentados reconocen que la fruición y el gozo que surge en una mente enfocada es incuestionablemente superior a los placeres que dependen de los sentidos gruesos. Pero los estados refinados de meditación no constituyen la felicidad más elevada. Es en el abandono gradual de los estados mentales tóxicos –la causa del sufrimiento- donde el practicante descubre el sublime y estable sentido de bienestar. Este es considerado como un tipo de felicidad muy elevada que es experimentada como una expresión natural de la mente cultivada, muy por encima de toda experiencia transitoria o pasajera sujeta a la ganancia y la perdida.
A los Budistas laicos se les alienta a perseguir, en moderación, las felicidades mundanas compatibles con el acceso a la felicidad interior; y a renunciar a la indulgencia en los placeres mundanos que alejan a la mente del cultivo espiritual.
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- Without and Within – Ajahn Jayasaro